
RadioRomaLibera.org
Aldo Maria Valli
Traducción: Religión la Voz Libre
Roma
está sin Papa. La tesis que pretendo sostener se puede resumir en estas
cinco palabras. Cuando digo Roma, no me refiero sólo a la ciudad de la
que el Papa es obispo. Cuando digo Roma, me refiero al mundo; me refiero
a la realidad presente.
El
Papa, aunque esté físicamente presente, en realidad no está allí,
porque no hace lo que hace el Papa. Está allí, pero no cumple con su
deber como sucesor de Pedro y vicario de Cristo. Jorge Mario Bergoglio
está allí; Pedro no.
¿Quién
es el Papa? Las definiciones, según se quiera destacar el aspecto
histórico, teológico o pastoral, pueden ser diferentes. Pero,
esencialmente, el Papa es el sucesor de Pedro. ¿Y qué tareas le asignó
Jesús al apóstol Pedro? Por un lado, "Apacienta mis ovejas" (Jn 21,17);
por otro, "Todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y
todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo" (Mt
16,19).
Esto
es lo que debería hacer un Papa. Pero hoy en día no hay nadie que lleve
a cabo esta tarea. "Y tú, una vez que te hayas convertido, confirma a
tus hermanos en la fe" (Lc 22,32). Así dice Jesús a Pedro. Pero hoy
Pedro no pastorea sus ovejas y no las fortalece en la fe. ¿Por qué?
Alguien responde: Porque Bergoglio no habla de Dios, sólo de los
emigrantes, de la ecología, de la economía, de las cuestiones sociales.
Pero esto no es así. En realidad, Bergoglio sí habla de Dios, pero lo
que se desprende de toda su predicación es un Dios que no es el Dios de
la Biblia, sino un Dios adulterado, un Dios, diría yo, debilitado, o
mejor aún, adaptado. ¿Adaptado a qué? Al hombre y a su exigencia de ser
justificado para vivir como si el pecado no existiera.
Ciertamente,
Bergoglio ha puesto los temas sociales en el centro de su magisterio y,
con esporádicas excepciones, parece presa de las mismas obsesiones de
la cultura dominante de lo políticamente correcto, pero creo que no es
ésta la razón profunda por la que Roma se ha quedado sin Papa. Al querer
destacar los temas sociales, es posible tener una perspectiva
auténticamente cristiana y católica. La cuestión, con Bergoglio, es
otra: es que su perspectiva teológica está desviada. Y ello por una
razón muy concreta: porque el Dios del que habla Bergoglio no es el que
perdona, sino el que quita toda culpa.
En
Amoris Laetitia leemos: "La Iglesia debe acompañar con atención y
cuidado al más débil de sus hijos" (cap. 8, párr. 291). Lo siento, pero
no es así. La Iglesia debe convertir a los pecadores.
Una
vez más, en Amoris Laetitia, leemos que "la Iglesia no se desentiende
de los elementos constructivos en aquellas situaciones que aún no
corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio
(párr. 314). Lo siento, pero esas palabras son ambiguas. En las
situaciones que no corresponden a su enseñanza, también habrá "elementos
constructivos" (¿pero en qué sentido?); sin embargo, la misión de la
Iglesia no es dar validez a tales elementos, sino convertir las almas al
amor divino, al que se adhiere observando los mandamientos.
En
Amoris Laetitia también leemos: "Sin embargo, la conciencia puede hacer
algo más que reconocer que una determinada situación no corresponde
objetivamente a las exigencias generales del Evangelio. También puede
reconocer con sinceridad y honestidad cuál es, por ahora, la respuesta
más generosa que se puede dar a Dios, y llegar a ver con cierta
seguridad moral que es lo que Dios mismo pide en medio de la complejidad
concreta de los propios límites, aunque no sea plenamente el ideal
objetivo" (párr. 303). Una vez más hay ambigüedad. En primer lugar: no
hay una "exigencia global" del Evangelio, a la que uno pueda adherirse
más o menos. Existe simplemente el Evangelio con sus contenidos muy
concretos; existen los mandamientos con su claridad. Segundo: Dios nunca
-repito, nunca- puede pedir a alguien que viva en pecado. Tercero:
nadie puede pretender tener "una cierta seguridad moral" sobre "lo que
Dios mismo pide en medio de la complejidad concreta de los propios
límites". Estas expresiones confusas sólo tienen un sentido: legitimar
el relativismo moral y jugar con los mandamientos divinos.
Este
Dios comprometido más que nada con la liberación del hombre de la
culpa, este Dios en busca de circunstancias atenuantes, este Dios que se
abstiene de mandar y prefiere comprender, este Dios que "está cerca de
nosotros como una madre que canta una canción de cuna", este Dios que no
es juez sino que es "cercanía", este Dios que habla de la "fragilidad"
humana y no del pecado, este Dios empeñado en la lógica del
acompañamiento pastoral" es una caricatura del Dios de la Biblia. Porque
Dios, el Dios de la Biblia, es tan paciente, pero no laxo; es tan
amoroso, pero no permisivo; es tan considerado, pero no complaciente. En
una palabra, es un Padre en el sentido más pleno y auténtico del
término.
La
perspectiva asumida por Bergoglio parece ser, en cambio, la del mundo,
que muchas veces no rechaza del todo la idea de Dios, pero rechaza las
características de Dios que están menos en sintonía con la permisividad
que impera. El mundo no quiere un verdadero padre, que ame en la medida
en que también juzga, sino que quiere un compinche; o mejor aún, un
compañero de viaje que deje pasar las cosas y diga: "¿Quién soy yo para
juzgar?"
En
otras ocasiones he escrito que con Bergoglio triunfa una visión que
anula la real: es la que dice que Dios no tiene derechos, sólo deberes.
No tiene derecho a recibir un culto digno de él, ni a no ser burlado,
pero sí tiene el deber de perdonar. Según esta visión, lo contrario
ocurre con el hombre: el hombre no tiene deberes, sino sólo derechos.
Tiene el derecho a ser perdonado, pero no el deber de convertirse. Como
si pudiera haber un deber de Dios de perdonar y un derecho del hombre a
ser perdonado.

Por
eso Bergoglio, presentado como el papa de la misericordia, me parece el
papa menos misericordioso que se pueda imaginar. De hecho, descuida la
primera y fundamental forma de misericordia que le corresponde a él y
sólo a él: predicar la ley divina y, al hacerlo, señalar a las criaturas
humanas, desde la altura de su suprema autoridad, el camino que conduce
a la salvación y a la vida eterna.
Si
Bergoglio ha ideado un "dios" de este tipo -que indico
intencionadamente con una "d" minúscula porque no es el Dios Uno y Trino
al que adoramos- es porque para Bergoglio no hay ninguna falta por la
que el hombre deba pedir perdón, ni personal ni colectiva, ni original
ni actual. Pero si no hay culpa, tampoco hay Redención; y sin la
necesidad de la Redención no tiene sentido la Encarnación, y mucho menos
la obra salvadora de la única Arca de la salvación que es la Santa
Iglesia. Uno se pregunta si ese "dios" no es más bien el simia Dei -el
simio de Dios-, Satanás, que nos empuja hacia la condenación en el
momento exacto en que niega que los pecados y vicios con los que nos
tienta puedan matar nuestra alma y condenarnos a la pérdida eterna del
Bien Supremo.
Por
lo tanto, Roma se ha quedado sin Papa. Pero si en la novela distópica
de Guido Morselli titulada Roma senza papa era así físicamente, ya que
el papa ficticio se fue a vivir a Zagarolo, hoy Roma está sin papa de
una manera mucho más profunda y radical.
Ya
puedo oír la objeción: ¿Pero cómo se puede decir que Roma está sin Papa
cuando Francisco está en todas partes? Está en la televisión y en los
periódicos. Ha sido portada de Time, Newsweek, Rolling Stone, e incluso
de Forbes y Vanity Fair. Está en sitios web y en innumerables libros. Ha
sido entrevistado por todo el mundo, incluso por la Gazzetta dello
sport [nota del traductor: el diario deportivo italiano que es el más
leído de todos en Italia]. Quizás nunca antes un Papa ha estado tan
presente y ha sido tan popular. Yo respondo: todo eso es cierto, pero es
Bergoglio; no es Pedro.
Ciertamente
no está prohibido que el vicario de Cristo se ocupe de las cosas del
mundo. Todo lo contrario. La fe cristiana es una fe encarnada, y el Dios
de los cristianos es Dios que se hace hombre, que se hace historia; por
eso el cristianismo rehúye los excesos del espiritualismo. Pero una
cosa es estar en el mundo y otra muy distinta es hacerse como el mundo.
Al hablar como el mundo habla y razonar como el mundo razona, Bergoglio
ha hecho que Pedro se evapore y se ha puesto a sí mismo en primer plano.
Repito:
el mundo, nuestro mundo nacido de la revolución del 68, no quiere un
verdadero padre. El mundo prefiere un compañero. La enseñanza de un
padre, si es un verdadero padre, es laboriosa, porque señala el camino
de la libertad en la responsabilidad. Es mucho más cómodo tener al lado a
alguien que simplemente te haga compañía, sin señalar nada. Y esto es
justo lo que hace Bergoglio: muestra a un "dios" que no es un padre sino
un acompañante. No es casualidad que a la "iglesia de salida" de
Bergoglio le guste el verbo "acompañar" -como a todo el modernismo-. Es
una iglesia acompañante en el camino, que todo lo justifica (mediante un
concepto distorsionado del discernimiento) y, al final, todo lo
relativiza.
Jesús
es bastante explícito en este asunto. "Ay de vosotros cuando todos los
hombres hablen bien de vosotros" (Lc 6,26). "Dichosos vosotros cuando
los hombres os odien y cuando os excluyan y os insulten y rechacen
vuestro nombre como malo, a causa del Hijo del Hombre" (Lc 6,22).
De
vez en cuando surge un rumor que dice que Bergoglio también está
pensando en dimitir, al igual que Benedicto XVI. Yo creo que no tiene
nada de eso en mente, pero el problema es otro. El problema es que
Bergoglio se ha convertido de facto en el protagonista de un proceso de
renuncia a las funciones de Pedro.

Ya
he escrito en otro lugar que Bergoglio se ha convertido ahora en el
capellán de las Naciones Unidas, y creo que esta elección es de una
gravedad sin precedentes. Sin embargo, más grave aún que su adhesión a
la agenda de la ONU y a lo políticamente correcto es que ha renunciado a
hablarnos del Dios de la Biblia y que el Dios que está en el centro de
su predicación es un Dios que exime de culpa a las personas, no un Dios
que perdona.
La
crisis de la figura del padre y la crisis del papado van de la mano.
Así como el padre, rechazado y desmantelado, se transformó en un
acompañante genérico sin derecho a señalar el camino, de la misma manera
el papa dejó de ser el portador e intérprete de la ley divina objetiva y
prefirió convertirse en un simple acompañante.
De
este modo, Pedro se evaporó justo cuando más lo necesitábamos para
mostrarnos a Dios como un Padre integral: un Padre amoroso: no por ser
neutral, sino por juzgar; un Padre misericordioso: no por ser permisivo,
sino por comprometerse a mostrar el camino del verdadero bien; un Padre
compasivo: no por ser relativista, sino por estar deseoso de mostrar el
camino de la salvación.
Observo
que el protagonismo en el que se complace el ego bergogliano no es una
novedad, sino que se remonta en gran parte a la nueva formulación
antropocéntrica conciliar, a partir de la cual papas, obispos y clérigos
se anteponen a su sagrado ministerio, su propia voluntad a la de la
Iglesia, sus propias opiniones a la ortodoxia católica y sus propias
extravagancias litúrgicas a la sacralidad del rito.
Esta
personalización del papado se ha hecho explícita desde que el Vicario
de Cristo, queriendo presentarse como "uno como nosotros", renunció al
uso del plural humilitatis con el que demostraba que no hablaba a título
personal sino junto a todos sus predecesores y el mismo Espíritu Santo.
Pensemos en ello: ese sagrado "Nosotros" que hizo temblar a Pío IX al
proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción, así como a San Pío X al
condenar el modernismo, nunca podría haber sido utilizado para apoyar el
culto idolátrico a la Pachamama, ni para formular la ambigüedad de
Amoris Laetitia o el indiferentismo de Fratelli Tutti.


En
cuanto al proceso de personalización del papado (al que el advenimiento
y desarrollo de los medios de comunicación de masas contribuyó de forma
importante), hay que recordar que hubo un tiempo en el que, al menos
hasta Pío XII incluido, a los fieles no les importaba mucho quién era el
papa, porque en cualquier caso sabían que fuera quien fuera siempre
enseñaría la misma doctrina y condenaría los mismos errores. Al aplaudir
al papa aplaudían no tanto al que estaba en el santo trono en ese
momento, sino al papado, a la sagrada realeza del Vicario de Cristo, a
la voz del Pastor Supremo, Jesucristo.
Bergoglio,
a quien no le gusta presentarse como sucesor del príncipe de los
Apóstoles, y que ha dejado en segundo plano el título de "Vicario de
Cristo" en el Anuario Pontificio, se separa implícitamente de la
autoridad que Nuestro Señor ha conferido a Pedro y a sus sucesores. Y
esto no es una mera cuestión canónica. Es una realidad cuyas
consecuencias son muy graves para el papado.
¿Cuándo
volverá Pedro? ¿Cuánto tiempo permanecerá Roma sin Papa? Es inútil
preguntarlo. Los designios de Dios son misteriosos. Sólo podemos rezar
al Padre celestial, diciendo: "Hágase tu voluntad, no la nuestra. Y ten
piedad de nosotros, pecadores".