La situación actual de la Iglesia es más que llamativa, con una gran masa de cristianos (y del clero) que no se enteran o no quieren enterarse de lo que ocurre delante de sus narices.
Por un lado está la gente «happyprogre«, los que dicen que «éste es el Papa que necesitábamos», y chorradas por el estilo. Para ellos todo está bien, principalmente porque no aman a Cristo ni a la Iglesia, y por eso no les duele lo que está pasando. Son los «demoledores», y sonríen y asienten cuando escuchan una nueva blasfemia o acto idolátrico en Roma. No lo hacen en general por maldad, principalmente por estupidez y porque han creído a espíritus engañadores (1 Tm 4,1). Ellos saben cómo «tiene que ser» la Iglesia, y si pudiesen cogían el tipp-ex y re-escribían los evangelios cambiando casi todo; del resto de la Biblia mejor no hablar, prácticamente no cuenta, salvo algún texto a rescatar de los profetas o de Santiago de ésos que hablan de los pobres, los huérfanos y las viudas. El Magisterio no hace falta cambiarlo, porque simplemente para ellos no existe: ha caducado (¡y nadie nos ha avisado!); sólo quedan Amoris Laetitia, Fratelli tutti, Laudato si… y algo etéreo sobre un tal Concilio Vaticano II que se cita sin haber leído. Por supuesto, citar el Concilio de Trento es sólo para gastar una broma, porque -como todo el mundo sabe- ese concilio fue lo peor de los tiempos más oscuros de la Iglesia, «a Dios gracias» superados por este tiempo feliz y guay, por esta nueva Iglesia, «la nuestra», «la que vale».
Pero dejemos a la gente «happyprogre» para mirar a otros de nuestros hermanos que comparten banco con nosotros los domingos en la Misa parroquial. Están también los zombis y los amargados.
Los zombis se caracterizan por no pensar, son como autómatas. Se sientan en el banco, escuchan la homilía de turno, con las banalidades y tonterías habituales que se oyen en la mayoría de los templos, y se vuelven a su casa sin cuestionarse si el evangelio decía «algo más». Para éstos también «Francisco es el Papa que necesitábamos», pero se diferencian de los «happyprogres» en que los zombis también lo decían de Benedicto y antes de Juan Pablo II, y lo hubiesen dicho de Frankestein si lo hubiesen vestido de Papa. Pero los «happyprogres» nunca lo dijeron del «Panzer kardinal» o «Papa Ratzinger», ni tampoco del «retrógrado Papa polaco». En aquellos tiempos eran progres, pero menos happy.
Los zombis son la mayoría. Entre éstos, los hay también muy formados y comprometidos, de rosario diario, de lectura diaria del evangelio, de confesión incluso semanal. Los hay de Misa diaria. Pero siguen siendo zombis. Muchos de éstos se han leído Amoris Laetitia de principio a fin, y… ¡nada!, ni una pequeña indigestión, ni un insignificante sarpullido. Tienen un estómago a prueba de bombas. Si hiciesen un cóctel entre la Biblia, el Corán y el Ramayana, de seguro que lo digerían igual. Lo que les echen. Les han dicho que estamos en primavera, que la Iglesia nunca ha estado mejor que ahora, y ven amapolas por todos lados. Quizá un tanto opiáceas, pero amapolas al fin y al cabo. Éstos siempre ven el vaso medio lleno; claro, que les han dicho que de eso se trata ser cristiano: «Vive y deja vivir», y todas esas profundas sentencias de la «sabiduría inmemorial» de los últimos… minutos de la vida de la Iglesia.
Para los zombis, el párroco es la autoridad, el Obispo la requete-autoridad, y el Papa la supremísima autoridad. Antes de que terminen de hablar éstos, ellos ya están sonriendo. Da igual lo que digan o hagan: todo está bien. Incluso si dicen algo contra la Verdad revelada por Nuestro Señor Jesucristo, porque como no pueden decir nada contra la Verdad revelada, si parece que lo dicen… será que nosotros tenemos la culpa, por no haberlo entendido bien, por no haberlo interpretado bien, por torcer las palabras dichas, sacarlas de contexto, o por hacernos demasiadas preguntas… Menos pensar y más obedecer, que «doctores tiene la Santa Madre Iglesia»: usted obedezca, que así nunca se equivoca. Es la vida del zombi. Los pobres no se han enterado de que ésa no es la vida del católico.
Ya se sabe: el Señor dijo que no juzguemos, que no critiquemos, que no pensemos y que no respiremos (del evangelio según San Zombi I). Se saltan esa parte donde sí que dice el Señor que tenemos que juzgar con juicio justo y no según las apariencias (Jn 7,24). Por cierto, las apariencias son fundamentales para los zombis, pero apariencia de que aquí nunca pasa nada: sonrisa profidén todo el día, y ahora, en tiempos de pandemia, cortés choque de codos. Pero si alguien osa tocar algo feo que esté pasando en la Iglesia, el zombi se escandalizará como si hubiese oído -ahora sí- una blasfemia o una herejía. Tienen un resorte incorporado de fábrica que sólo salta en esos casos. El resto del día vegetan en sus mundos de yupi. Éstos son los que se inyectan sustancias experimentales por realizar un «acto de amor» («lo ha dicho el Papa»). Ese «acto de amor» contaba con el fruto de crímenes homicidas, de abortos, pero ya se sabe, que… -una cita rápida, descontextualizada y oportunamente adaptada de Santo Tomás-: cuando el mal ya está hecho, no colaboramos con el mal si aprovechamos el mal hecho para alcanzar un bien posible, que Dios también saca bienes de los males. ¡Hale, así de frescos!
Ante una imagen como la de Bergoglio sonriendo ampliamente ante las pachamamas y los príapos traídos al Vaticano por happyprogres y chamanes, los zombis no ven nada raro, simplemente no son capaces de interpretar lo que ven sus ojos, de unir la sonrisa del rostro de «decíme Jorge» a la imagen de los ídolos, o de entender algo de lo que allí ocurría en ese momento. Los happyprogres, sin embargo, reaccionan con igual sonrisa de complacencia y satisfacción por los logros alcanzados: para ellos el reino de Dios no se realiza sino hasta que todas las culturas se unan en perfecta armonía, dando por sentado que si hay algo malo y a dejar atrás en aras de ese mundo feliz es el «cristiano-centrismo» que nos convierte a los católicos «cerriles», en seres despreciables, frente a todas las bondades de esos «mundos de Dios» poblados de inocencias originarias (¡no confundir con el obsoleto concepto de pecado original!). Igual podríamos poner otros ejemplos: la feliz sonrisa bergogliana ante el no-crucifijo marxistoide regalado por Evo Morales y copia del realizado décadas antes por el cura Luis Espinal Camps, otro jesuita; la celebración que presidió con una «férula» hecha nuevamente anulando la cruz de Cristo y dejando en su lugar un bastón de brujería wicca (que le fue entregado, para más escarnio y desfachatez, por una mujer que llevaba una cinta wicca de hilo rojo); las risas cómplices con los masones, abortistas, degenerados y dictadores del planeta, etc., etc.
Pero los amargados son muy distintos. Para los amargados, definitivamente «Francisco no es el Papa que necesitábamos… Pero es el Papa». Están viviendo una pesadilla. Rezan por la conversión de un Papa al que no aman, al que sufren. Siguiendo las nuevas intenciones del Rosario (en estos tiempos en que ya no podemos rezar por las intenciones del Papa y por la conversión de Rusia), ahora rezan «por las intenciones de Putin y por la conversión del Papa». Ellos también se ríen del chiste, pero con un fondo de enorme amargura. Están desorientados. No pueden creer que les haya pasado esto. ¿El Espíritu Santo se ha ido de vacaciones? ¿No va a volver a haber un Cónclave «sano»? El «habemus Papam» se ha convertido para ellos en un anuncio terrible y amenazador, un castigo divino, una condena a prisión perpetua no revisable.
Los amargados, hasta hace poco, miraban por el móvil una foto del Cardenal Sarah para solazarse, con mil ensoñaciones utópicas… «¡ah, si éste fuera Papa!». Pero ahora, ya saben que ni eso, no les quedan ni los sueños, saben que no pueden contar ya ni con Sarah, que la Iglesia indefectible está… fallando. No lo pueden soportar. La amargura es tan profunda, tan dolorosa, tan hiriente.
Los amargados siguen leyendo Amoris Laetitia 18 veces o las que haga falta, teniendo al lado Familiaris Consortio. Hacen esquemas, diagramas, entresacan las ideas asimilables, las menos asimilables, las en absoluto asimilables, y las no-ideas. Y terminan con un enorme dolor de cabeza, y un gran disgusto en el alma, es decir, más amargados todavía… con una expresión de equipo perdedor que acaba de intentar jugar en buena lid pero que ha recibido una goleada a base de penalties inventados en su área. ¿La culpa es del árbitro? ¿La competición está adulterada? No puede ser: en la política, bueno; hasta en los órganos de justicia, pero… ¡en la Iglesia!, ¡que en la Iglesia nos hagan trampas!… ¡hasta el Papa!
Los amargados siguen contando los días que pasan sin reconsagrarse los templos donde se introdujeron las «Pachamamas», eso sí, cada vez con menos esperanza de que algún día eso suceda, cada vez más rotos por dentro de convivir con una Iglesia profanada y paganizada. Lasciate ogni speranza!
Cuentan, también, los días que pasan sin ponerse fin a los sacrilegios constantes y sin resolver el cisma alemán, desde que anunciaron Obispos y sacerdotes y luego ejecutaron la entrega de la Sagrada Comunión prácticamente a cualquiera, volviéndose cerdos inmundos ellos mismos, para entre todos patear las perlas (cf. Mt 7,6). El que estos mismos llamen bien al mal y bendigan las uniones de los que practican uno de los pecados que claman al cielo, como la sodomía, es otro acto cismático más, que al no resolverse está haciendo de la Iglesia santa una mona, una mofa, un remedo, una prostituta.
Y también han añadido a sus cuentas los días que pasan sin resolverse los nuevos cismas que están surgiendo por todo el mundo, con tantas parroquias y diócesis que excomulgan de facto a católicos fieles por no aceptar la apostasía y la inmoralidad, excomulgados según un nuevo código de derecho canónico imaginario que se supone que todos debemos conocer pero que sólo está en la mente de algunos Obispos y señores párrocos, y que además se supone también que ha abrogado sin más al código que creíamos hasta ahora que valía, al escrito y promulgado para todos, vamos. Niegan la comunión por quererla recibir como manda la Iglesia. Niegan el acceso a los templos y a los sacramentos a quienes no muestren el pasaporte del diablo de haber recibido el pinchazo sanguinario.
Y entonces los amargados vuelven su mirada a Roma, al gran felón sentado en la silla de Pedro, al «cismático contra sí mismo», esperando entender algo. Y la amargura crece hasta el infinito. No pueden estar en comunión con un destructor de la fe, con un hereje material, con un perseguidor de los cristianos, con un destructor del Papado, con un cismático contra los Papas anteriores, con un siervo del Maligno. ¡Estar en comunión con él sería estar en cisma! Pero al mismo tiempo no pueden no estar en comunión con aquel a quien consideran «el Papa», porque lo contrario sería ser cismáticos. No tienen salida, o cismáticos o cismáticos… están heridos, rotos, amargados.
Entonces viene el proceso de duelo o de racionalización, los argumentos para intentar sobrevivir: «La Verdad es Cristo, los Papas pasan pero Cristo y la Iglesia permanecen»… (Pero ¿dónde está dicho eso de que la Iglesia como la conocemos tenga que permanecer?). O aquello de que: «las puertas del infierno no prevalecerán»… (Sí, pero, ¿eso quiere decir que no lo intentarán?). Algunos son valientes, tienen ánimo, son luchadores, defienden la verdad contra viento y marea… firmes, impertérritos, dicen que no están obligados a obedecer hasta que no se defina algo invocando la infalibilidad papal, hasta que no haya una declaración formal ex-cathedra… y que en ese caso, el «peor Papa de la historia», el «Papa de la ONU y de la masonería internacional» (que es también su Papa)… en ese caso, no fallará… porque, aunque lo intente, el Espíritu Santo se lo impedirá…
Pues nada, amargados de todo el orbe, a seguir sufriendo a un destructor enemigo vuestro, haga lo que haga. A seguir callando cuando los enemigos de la Iglesia lo alaben y os humillen. A seguir rezando por su conversión o por su muerte, perdida ya toda esperanza de que lo que llegue después sea una pizca menos malo, visto el colegio cardenalicio ya configurado. A seguir resistiendo… pero a pies juntillas confesando vicario de Cristo al mismo que resistís, al mismo del que abjuráis en cuanto a su persona pero no en cuanto a su «papado».
Ya, decís que hay que separar a la persona del ministerio… Que amáis al Papa pero no amáis a Francisco. Bueno, pues más fácil es separar el ministerio del munus, más fácil, más simple, mucho más saludable para vuestro estómago y para vuestro sistema nervioso, mucho menos amargado y deprimido, es reconocer la verdad: Que el Papa ha sido obligado a renunciar, y ha cedido parte de su ministerio, cautivo como está. Pero no ha cedido su munus. Que sigue siendo Benedicto el vicario de Cristo. Que Bergoglio es un impostor, que sabe que lo es y no lo oculta, que está profanando el papado y destruyendo a la Iglesia porque está puesto ahí para eso, y que vosotros colaboráis con sus planes al proclamarle «el Papa».
Cierto, no puede dejar de ser el Papa porque no nos guste. ¡Pero es que nunca ha sido el Papa! No hace falta darle muchas vueltas, buscar argumentos traídos por los pelos o teorías extrañas. Basta bajar a la letra del derecho de la Iglesia, y comprobar, con el código y las normas en la mano (el código real, no el imaginario), dónde está la verdad. Que no somos una secta, ni nos definimos por seguir al líder sin cuestionar nada, ni fundamos otra secta cuando las propuestas de nuestro líder nos dejaron de gustar.
Bergoglio no es el peor de todos los Papas, es el peor de todos los antipapas, no es siquiera católico…
Entonces entenderéis mejor todo lo que estaba patente ante vuestros ojos y no conseguíais ver: que Bergoglio es el epítome de los Rampolla, Villot, Casaroli, Bernardin, Silvestrini o Martini, que es el jefe de la mafia de San Gallo, que no sólo no es el Papa, sino que no es católico, que es un excomulgado por masonazo, por conspirador contra el Papa y por tantas otras cosas, un siervo del diablo que no es el peor de todos los Papas, sino el peor de todos los antipapas, un «Papa» impostado salido de un cónclave ilegítimo, cónclave que incluso conculcaron con trampas para poner a Bergoglio y evitar al ya «elegido» Ángelo Scola. El «team Bergoglio» exultante, lo rodeó y aupó, ante la cobardía de muchos cardenales y la desesperación de otros que, viéndose en minoría, miraban aun así al lado para ver si alguno de sus colegas impugnaba la impugnación (de la cuarta votación del día) de ese cónclave maldito… hasta ver que nadie hizo nada. Ya era tarde. Habían aceptado la falsa impugnación, ahora les tocaba aceptar a Bergoglio. Habían dejado solo a Benedicto un mes antes, ahora también les tocaba callar.
Habían aceptado la falsa impugnación, ahora les tocaba aceptar a Bergoglio. Habían dejado solo a Benedicto unas semanas antes, ahora también les tocaba callar
Parafraseando a Santa Catalina de Siena: ¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! Porque, por haber callado, ha llegado la gran impostura religiosa profetizada en el mismo Catecismo (n.675), se ha cumplido lo que vio y pretendió evitar el gran Papa León XIII, cuando mandó que se rezase aquella oración a San Miguel Arcángel (la «larga»):
«Los más taimados enemigos han llenado de amargura a la Iglesia, esposa del Cordero Inmaculado, le han dado a beber ajenjo, han puesto sus manos impías sobre todo lo que para Ella es más querido. Donde fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las naciones, ellos han erigido el trono de la abominación, de la impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey. Oh invencible adalid, ayuda al pueblo de Dios contra la perversidad de los espíritus que le atacan y dale la victoria».
¡Amargados y zombis del mundo, uníos! ¡Pero primero despertad!, despertad para uniros a la verdadera Iglesia, para combatir del lado correcto, para estar, como dice el Papa, Benedicto, «en el equipo vencedor«. Que no nos metan más goles en propia puerta porque no identifiquemos al infiltrado, al impostor, al adversario,… al enemigo.
Estamos en guerra, todos los soldados de la Iglesia militante son necesarios y bienvenidos. Pero conscientes de la realidad, de los peligros, de la gravedad del tiempo presente… y de la esperanza gloriosa que se percibe en el ambiente: Regresa nuestro Capitán en Jefe, Jesucristo.
«Los publicanos y las prostitutas os precederán en el reino de los cielos» (Mt 21,31), decía el Señor. Yo creo que muchos que no son ni happyprogres, ni zombis ni amargados, porque pasan de la Iglesia y de Dios, cuando reaccionen por la misericordia de Dios y se acerquen a Él, no se quedarán en agradar a los hombres y aceptar una enseñanza edulcorada, no se quedarán en la amargura de un sufrimiento buscado por la propia necedad, ni mucho menos amagarán con dejar el mundo para pintar con «barniz cristiano» su happyprogresismo de salón. No. Entrarán para conquistar el reino de Dios con toda valentía y arrojo, sin mirar a los que caigan a izquierda o a derecha, fijos los ojos en Jesús, por estandarte la bandera de la cruz, y ceñidos con la verdad. Porque Dios tiene misericordia de quien tiene misericordia y se apiada de quien se apiada (Rm 9,15). Y quiere tener misericordia de todos nosotros, también de los happyprogres, de los zombis y de los amargados. Pero tenemos que dejar de ser amargados, o zombis, o happyprogres, como hay que dejar la prostitución y la injusticia atrás para entrar en el reino de los cielos. El tiempo apremia, ¡despertad!
fijos los ojos en Jesús, por estandarte la bandera de la cruz, y ceñidos con la verdad
Las puertas del Infierno prevalecen en la Secta de Bergoglio
No hay comentarios:
Publicar un comentario