viernes, 23 de febrero de 2024

El Genocidio del Aborto y el silencio cómplice de Jorge Mario Bergoglio. Quarracino

 


Marco Tosatti


El Genocidio del Aborto y el silencio cómplice de JMB

Es atroz y abominable el silencio de Bergoglio sobre el genocidio del aborto a lo largo de su pontificado, al punto que el mismo reconoce que no solo no figura en su agenda, sino que tampoco lo tiene registrado como drama de nuestra época. Tanta franela y coqueteo con la legalización y normalización de la homosexualidad en la Iglesia y la desmasculinización del Cuerpo de Cristo, que el genocidio prenatal le resulta totalmente indiferente.

A) El genocidio prenatal planificado

En varias oportunidades hemos demostrado que la plutocracia financiera globalista comenzó a poner en práctica la configuración de un Nuevo Orden Mundial a fines de la década de 1960’ y comienzos de 1970’. Un Novus Ordo Saeculorumque reemplazara el orden mundial de las naciones implementado en la época moderna por el desarrollo e institucionalización de los Estados nacionales por una nueva configuración planetaria, concebida como un “sistema mundial de control financiero en manos privadas para dominar el sistema político de cada país y la economía mundial como un todo”. Sistema que fue pensado inicialmente a comienzos del siglo XX para ser implementado a largo plazo, sin prisa pero sin pausa, que es el modo en que la elite plutocrática globalista ha ejecutado históricamente sus planes y proyectos imperialistas[1].

Este sistema dominante ha llevado a la concentración de la riqueza mundial en manos de un ultra minoritario grupo plutocrático internacionalista, mediante la supremacía de la actividad financiera especulativa depredadora por encima de la economía real productiva. Razón por la cual este proyecto se vio “obligado” a implementar paralelamente el plan del control del crecimiento poblacional no planificado, es decir, el control de la natalidad a escala planetaria, mediante la mutilación genital masculina y femenina, la anticoncepción y el genocidio prenatal (aborto), para que esa elite globalista pudiera disfrutar “en paz” del saqueo y latrocinio de la riqueza mundial[2].

Esta necesidad anticonceptiva y antinatalista no se mantuvo oculta, sino que fue expresa y explícitamente formulada e impuesta en forma oficial en varios documentos, como El crecimiento poblacional y el futuro estadounidense (1972)[3], la Segunda revolución norteamericana (1973)[4], el Memorando 200/74 Implicancias del crecimiento poblacional mundial para la seguridad de Estados Unidos y sus intereses de ultramar (1974),  la Declaración sobre Población y Desarrollo de la Conferencia Internacional sobre el tema (El Cairo, 1994)[5], entre otros. Hasta llegar a la aberración jurídica de legalizar un derecho al aborto que no existe en ninguna Tradición jurídica histórica ni en ningún Tratado internacional que lo haya consagrado. En realidad, el “derecho al aborto” fue inventado por John Davison Rockefeller III, miembro de la ultra famosa y funesta dinastía plutocrática imperialista estadounidense, quien lo definió como “el derecho de la mujer para determinar su propia fecundidad”[6].  Es decir, el derecho a abortar es un invento de la plutocracia globalista depredadora y genocida para imponer la pena de muerte prenatal en todo el mundo, en esencia para “proteger la seguridad de Estados Unidos y sus intereses de ultramar”, porque el país del Norte es la sede donde esta asentado el Estado Mayor de ese globalismo troglodita, enemigo de Dios y de toda la raza humana. Aprobación y legalización de la pena de muerte más infame de todas, promovida, impulsada e impuesta tanto por el ultra neoliberalismo oligárquico y por el progresismo socialdemócrata en todas sus manifestaciones, para mayor gloria de los Rockefeller y sus secuaces globalistas

 

En este sentido, este siniestro y diabólico Poder inhumano ha instituido un Sistema y un Orden global depredador y concentrador de la riqueza sustentado y sostenido en un océano de sangre, que durante los últimos 60 años ha asesinado alrededor de 1.000 millones de niños antes de nacer, como lo muestran las estadísticas oficiales de Naciones Unidas y las principales multinacionales del aborto, como la International Planned Parenthood Federation (IPPF), el Alan Guttmacher Institute, el Population Council, etc. Un genocidio espantoso y aberrante que mata a los seres humanos más inocentes e indefensos de todos y que desde comienzos del siglo XXI se ha incrementado en forma cada vez más acelerada: si en 1995 los abortos globales alcanzaron la cifra de 26 millones y en 1999 llegaron a 46 millones[7],en 2014 llegaron a 56 millones[8] y en 2021 a 73 millones[9]. En rigor de verdad, un genocidio y una masacre satánicos.




 

B) El silencio pontificio cómplice frente al genocidio prenatal

Ante este genocidio prenatal global planificado y ejecutado alevosamente a lo largo de 6 décadas, ¿cuál ha sido la actitud y la acción adoptadas por don Jorge Mario Bergoglio en sus 11 años de “pontificado”? El de una pasividad e inacción casi absolutas, salvo esporádicas y casuales definiciones en contra del aborto formuladas en entrevistas informales, conferencias de prensa aéreas, cartas privadas, etc. En forma oficial, como política de Estado vaticana, nada de nada: ni Jornadas mundiales, ni Congresos, ni documentos pontificios. Nada de nada. Ni siquiera se pronunció públicamente cuando los movimientos provida argentinos consiguieron que se rechazara parlamentariamente la legalización del aborto en 2018, ni tampoco cuando se legalizo la pena de muerte prenatal a finales de 2020. Ni una sola palabra de apoyo y congratulaciones en el primer caso, ni de condena y rechazo en el segundo caso.

Peor todavía: ese silencio cómplice fue acompañado a lo largo del reinado bergogliano no solo por la recepción amistosa, cálida y cordial de fervorosos partidarios del aborto -como los casos de Ema Bonino, Hillary Clinton, Melinda Gates, el español Pedro Sánchez, el argentino Alberto Fernández, el boliviano Evo Morales, Nancy Pelosi, Joseph Biden, Bill Clinton, Alexander Soros, etc.-, sino también por la promoción en organismos vaticanos de decididos partidarios del aborto, nada menos que en la Pontificia Academia para la Vida, en la que se destaca la economista ítalo-estadounidense Mariana Mazzucato, el presbítero anglicano Nigel Biggar, el doctor estadounidense Robert Dell’Oro, la doctora Sheila Dinotshe Tlou (de Botswana), o el impresentable jurista argentino Eugenio Raúl Zaffaroni (ateo, abortista y homoafectivo) en el Instituto para la investigación y promoción de los Derechos Sociales “Fray Bartolomé de las Casas”.

Pero la prueba más clara, evidente e innegable que para el obispo de Roma el aborto no es un tema importante y que ni siquiera lo registra, es el prólogo que escribió para el libro que acaba de publicar su amigo y vocero informal, el escritor inglés Austen Ivereigh, que reúne meditaciones espirituales y enseñanzas de Bergoglio, como formador jesuita y después como Pontífice. En ese texto don Jorge Mario afirma que “Todas estas crisis que nos acechan en el mundo, desde la crisis ecológica a las guerras, pasando por las injusticias contra los pobres y los vulnerables, tienen su raíz en este rechazo a pertenecer a Dios y a los demás”, y que en sus reflexiones ha querido tener presente “las dos grandes crisis de nuestra época: el deterioro de nuestra casa común y las migraciones y desplazamientos masivos de personas”. Clarísimo: para el Pontífice argentino, EL ABORTO NO ES UN PROBLEMA QUE LE PREOCUPA, ni siquiera lo registra.

Una actitud indigna, condenable y repudiable, pero coherente con su labor de poeta-bufón de la baronesa Lynn Forester de Rothschild y su sociedad amical con el clan Soros, para quienes la legalización de la pena de muerte prenatal y el genocidio producido es la condición sine qua non de su proyecto globalista.

Extraña mutación la del actual obispo de Roma, quien fue elegido para desempeñarse como Vicario de Cristo y llega al final de su camino como sucesor de Judas Iscariote. Rezamos por él y pedimos que Dios se apiade de sus desviaciones, aunque da toda la sensación que es inútil ponerlo en oraciones.


José Arturo Quarracino

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